La Honduras en la que vivimos deja huellas indelebles en todos sus habitantes.
Durante su existencia, la piel del catracho atraviesa un eterno estado de transformación, entre el rejuvenecimiento provocado por las virtudes de su gente y la desfiguración debido a la pobreza y violencia que predomina en nuestras calles.
Se vuelve imposible ocultar esos surcos que resquebrajan todo nuestro pellejo. Cicatrices tan profundas que redefinen nuestra identidad social.
Esa Honduras retrato en DERMIS. Para tratar de entenderla y quererla tal y como es.
Tan repulsiva y hermosa. Tan odiada y amada. Todo a la vez.